Salida de Campo 29 y 30 de octubre de 2011

En el marco del Año Internacional de los Bosques, y encuadrado en el proyecto "Identidad", la sala de Biología y Geografía del liceo Loreto Daniel Vidart, propuso la realización de una salida de campo con los alumnos de tercero. Dicha salida tuvo como fin, el posibilitar la investigación biogeográfica de diferentes ecosistemas de nuestro país, haciendo incapie en el de montes nativos.

La salida contempló la visita a la Quebrada de los Cuervos (departamento de Treinta y Tres) y Laguna Merín (departamento de Cerro Largo), lugares en los que el alumnado pudo reconocer y disfrutar diferentes biomas del Uruguay.

jueves, 27 de octubre de 2011

Nuestra Vegetación-Jorge Chebataroff*


De la monotonía de las llanuras deriva la monotonía de la vegetación. Las vastas planicies, desprovistas de accidentes naturales, ofrecen a las plantas condiciones de vida uniformes a través de áreas muy extensas. Pero cuando un relieve más o menos destacado ondula el suelo, y la variedad de rocas que lo determina es apreciable, las condiciones del ambiente se diversifican, haciéndose también variada la vegetación.

Comparemos la flora típica de la Pampa argentina, vastísima llanura de suelo homogéneo, con la flora de nuestro país, donde la presencia de las sierras y de las quebradas, de los ríos y de las lagunas, quitan la monotonía al paisaje, y animan la vegetación. En la Pampa, encontraremos una pradera esteparia que con rasgos casi incambiables se interna profundamente en el continente, hasta transformarse en un semidesierto. En nuestro territorio, a la pradera formada por diversas especies de hierbas, se suman los arbustos, formando chircales y matorrales serranos, y junto a los ríos y las sierras, o en el fondo de las quebradas, aparecen franjas de arbolado. Pajonales en los bañados, palmares en las llanuras anegadizas de Rocha, y en los arenales de Río Negro y Paysandú, bosques en los lugares húmedos y protegidos de la furia del pampero, y líquenes tapizando la superficie de los bloques de roca; todo concurre a darle a la vegetación del país una gran diversidad. Entre los pedregales de las sierras o en las zonas arenosas de la costa, pululan las plantas cubiertas de vello blanco, que resisten los ardores del verano y la metralla de los granos de arena lanzada por los vientos. En las lagunas y en los remansos de los arroyos, plantas flotantes como los camalotes, forman un tapiz de hojas brillantes y flores de color púrpura, azul y blanco.

La vegetación delicada huye del viento y se esconde en las quebradas o en el fondo de los valles. Las tunas buscan afanosamente la humedad en las hendiduras de las piedras. Sobre las ramas de los árboles trepan las enredaderas o cuelgan los claveles del aire, que florecen antes que el follaje del bosque alcance un gran desarrollo y les oculte el sol. En la orilla de los arroyos los juncos y la totora, elegantes y elásticos, ondulan bajo la acción del viento. Y en vastos espacios, de campos llanos o apenas ondulados, nuestros pastos tiernos, base de la ganadería, donde la gramilla, el pasto de invierno, la grama dulce, el ray grass, levantan sus delicadas espigas, que los animales de pastoreo apenas dejan desarrollar. Cuando llega el verano, estos pastos se pierden entre la alfombra blanquecina o plateada de las flechillas que han madurado.

La pradera, compuesta por hierbas de poca altura, pero de gran valor alimenticio para el ganado, cubre gran parte de nuestro país, pero no es tan uniforme como en la Pampa; de tanto en tanto un río o arroyo, acompañado de bosque, se estira perezosamente a través de la verde campiña. Y en las sierras, o en las simples acumulaciones de piedra, y sobre todo en las hondonadas profundas excavadas por el agua, los matorrales y los monte se hacen densos, y la variedad de la flora se hace extraordinaria.

Tal vez el ombú, tan querido por nuestros hombres de campo, no sea un árbol propio del país; su origen deberá buscarse en la provincia argentina de Corrientes o en el territorio de Misiones. Más nuestros son el algarrobo, el ñandubay y el quebracho blanco, que forman bosquecillos ralos cerca del río Uruguay; la anacahuita, el caroba, la aruera, el canelón y los arbustos de la espina de la cruz y chirca de monte, reinan en las serranías; y junto a los ríos, el viraró, el mataojo, el laurel blanco, el ceibo, el arrayán, el blanquillo y la pitanga, constituyen bosquecillos muy tupidos. Pero más que cualquiera de ellos, el espinillo, el molle, el coronilla, el tala, el tarumás y el sauce criollo son los principales componentes de nuestros montes, que comprenden con frecuencia árboles bajos y de tronco retorcido, reflejo de las inclemencias de un clima en que el pampero extenúa a la vegetación con su poderío.

Pero pequeños y tortuosos, nuestros árboles son el refugio de millares de aves, protegen con sus raíces las márgenes fluviales contra la erosión, moderan la furia del viento y sobre todas las cosas, adornan el paisaje y purifican el aire.

*Geografo uruguayo 1909-1984 fue:
Primer Licenciado en Ciencias Geográficas de la Universidad de Montevideo.
Director del Departamento de Geografía de la Facultad de Humanidades y Ciencias
Profesor de la facultad de Humanidades y Ciencias y del Instituto de Profesores "Artigas"
Autor de numerosos textos y trabajos de investigación.



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